Hace algunas semanas, en una de
esas charlas filosóficas que surgen un sábado de madrugada volviendo a casa, un
par de amigos y yo empezamos a divagar acerca de la profecía maya del fin del mundo (según la cual, hacia el 21 de diciembre de 2012, el mundo desaparecerá). Lo
cierto es que no soy muy dada a creer en profecías, supersticiones y demás, ya
que intento pensar en presente (y porque, si por profecías fuese, el mundo ya
se habría acabado unas cuantas veces). No obstante, no pude evitar pensar por
un momento qué pasaría si eso fuese verdad…porque, entre otras cosas, ¡no me
daría tiempo a terminar mi máster! Aunque ese pensamiento duró unos pocos
minutos, a raíz de un par de “hechos inspiradores” (a saber, dos clases sobre
avances tecnológicos y un libro de Daniel Pink titulado “Una nueva mente”),
enlacé varias ideas que desde hace tiempo circulaban por mi cabeza y terminé
construyendo mi propia teoría acerca de lo que va a pasar (o, mejor dicho,
acerca de lo que está pasando).
Estamos en un momento de la
historia en el que la mayoría de la población (o al menos, de nuestro mundo
“desarrollado”) tenemos acceso a un nivel tecnológico, material y de
conocimiento tal que los caracteres que antes marcaban la diferencia entre unos
grupos y otros han perdido su exclusividad. Hace algunos años, el tener
estudios era un “plus” a la hora de buscar trabajo y mejorar la posición
social. A base de medir, cuantificar, analizar, comparar y optimizar resultados
mediante la especialización, era bastante “previsible” (o, al menos, eso se
pensaba) el modo en que los individuos podían mejorar su posición social y
ganar más dinero. El acceso a una educación “de calidad”, basada en un alto
nivel de medios técnicos y humanos, y un elevado grado de conocimiento acerca
de una o varias materias en concreto parecía la clave para labrarse un buen
futuro (yo misma, sin ir más lejos, no he dejado de estudiar desde que terminé
el colegio, pasando por la universidad, un par de másters previos y, ahora, un
MBA).
Sin embargo, y aunque parezca contradictorio,
creo que pesar de todo este desarrollo nos encontramos en el fin de una etapa
que los mayas denominaron “el fin del mundo”. La omnipresente “crisis
financiera” ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de un sistema que creíamos
infalible. Además, el desarrollo tecnológico, unido al período de abundancia
material que precedió a la crisis, y al cambio drástico en la situación socioeconómica
y vital de muchas personas en el momento actual, han motivado un cambio en los
valores y en el propio concepto de valor que marcan el fin de “nuestro mundo”
y el comienzo de una nueva etapa (siempre y cuando la profecía maya no se
cumpla de forma literal y el universo desaparezca de verdad).
Gracias al desarrollo económico y
tecnológico, el acceso a la cultura y a la información se ha globalizado, por
lo que la formación y el conocimiento han perdido su carácter de exclusividad.
Asimismo, gracias a las nuevas tecnologías, muchos trabajos que antes requerían
de un alto grado de formación técnica pueden realizarse por máquinas y
programas informáticos, de modo que su valor añadido se ha reducido casi por
completo. Todo esto, unido a la recesión
económica actual, ha provocado un cambio en los valores y en la conciencia
social cuya consecuencia es que, cada día con más fuerza, se priman la empatía,
la creatividad, el crecimiento a nivel interno y la inteligencia emocional por
encima de factores como el grado de conocimiento técnico, la competitividad,
las calificaciones académicas, los ratios de productividad, la especulación….
No quiero decir que estos últimos elementos hayan perdido su valor por completo,
sino que han cedido parte de su protagonismo a otros que, como diría Daniel Pink
en su libro, proceden del “lado derecho del cerebro”. Un claro ejemplo es
el hecho de que negocios muy rentables han sido reemplazados por otros
más desarrollados pero sin ánimo de lucro, poniendo el foco del valor en la
globalización del conocimiento y en la cooperación más que en los ingresos
económicos.
Y, ante este cambio radical (o “fin
del mundo”), ¿tiene sentido estudiar un máster o estoy perdiendo el tiempo? Por
suerte la respuesta la tengo clara, y es que nada puede resultar una pérdida de
tiempo si se le da el enfoque adecuado. Si bien es cierto que un máster hoy en
día no es algo exclusivo o garantiza una mejora profesional a corto plazo, no
todo lo que se aprende es conocimiento puramente técnico. Ante este “fin del
universo” en el que nos encontramos ahora, es importante que, además de
adquirir conocimientos, seamos capaces de desarrollar perspectiva, flexibilidad
mental y otras capacidades o habilidades sociales más allá de los números, las
leyes y la pura teoría. No va a ser tan fácil como antes “prosperar” en el
sentido “tradicional”, porque ahora el “éxito” no va a medirse tanto en euros o
en categorías “senior” o “junior” dentro de las organizaciones. El éxito ante
este "fin del mundo" va a depender en gran medida de la capacidad de mejorar a nivel interno, de
conocerse a uno mismo, de interactuar con los demás, de aceptar y adaptarse al
momento presente generando nuevos valores y oportunidades (y, por supuesto, aprovechando
al máximo y aplicando los conocimientos técnicos adquiridos en clase!).
Quizá todo esto pueda parecer una
tontería, pero, sinceramente, ante la alternativa de una tormenta solar o de
una nueva glaciación, prefiero pensar que este cambio es el “fin del mundo” al que los
mayas hacían referencia en su profecía.
¿Tiene sentido estudiar un máster o estoy perdiendo el tiempo? La verdad es que es una pregunta que ultimamente me hago amenudo...y la respuesta no la tengo muy clara que digamos !!!
ResponderEliminarEspero que no estemos perdiendo el tiempo en eso de hacer un master y en caso contrario que nos demos cuenta antes de que llegue el fin del mundo...
nada de pérdida de tiempo! aunque sólo sea por lo bien que lo pasamos en el cole, jejeje!
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